Quiso
beberse el mar una mañana.
Guardó
la mansedumbre
bajo
un estuche de tumbas
y
calzó guantes de luna
para
incendiar el renglón opaco de sus huellas.
Sentía
la lengua de un eco salado
lamiendo
las entrañas del cansancio,
tatuándole
una canción
azul
sobre
los huesos;
la
sed de la sal
que
retornaba de tu frente hasta su desmesura,
de
sus plateadas mejillas
hasta
la volátil cresta de tu ira.
Quisiste
beber el mar,
Gálate
ingenua,
y
el mar apuró
el
líquido fervor de tus arterias.
Cuentan
las piedras abisales la leyenda
de
tu canción en ruinas;
dicen
que se ve
flamear
bajo el manto del agua
un
mechón de tu sombra
enredado
en las algas
de
un tañido de plata,
que
el silencio sostiene en sus brazos
un
nicho de sirenas
y
un dolor tan azul y letal
como
tus lágrimas.
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