miércoles, 30 de junio de 2021

Calendria

 


Sonaron campanas de triunfo

en Calendria

una tarde plomiza de agosto.

Las persianas del despacho no lograban

aplacar la furia del verano,

cuando el psiquiatra dio por concluida

la terapia.

Nada más que añadir

a la minuciosa disección mental

llevada a cabo con precisión de cirujano.

Treinta y dos sesiones,

unas cuantos sicofármacos

y centenares de consejos prácticos

deberían bastar

para extirpar el tumor que lastraba

la frágil voluntad de su paciente.

Frente a él

una sombra corpórea,

sentada en una escueta silla de metal

asentía, callada.

Esto es todo, sombra.

Levántate,

camina,

coge tu pesado fardo

y arrójalo al abismo

del olvido.

Las campanas de Calendria

suenan hoy en tu honor.


La agradecida sombra se marchó,

desprendiendo a su paso un aura

de infinita tristeza.

El psiquiatra cerró la puerta

y se lavó enérgicamente las manos.


Los grises muros de la ciudad

agonizaban bajo el sol del mediodía.

Un hombre convertido en sombra

paseaba

entre las solitarias calles de Calendria;

una encogida y descastada sombra

que se dejó caer súbitamente

sobre un sucio portal,

abatida por los buitres

de la soledad.


La insolente luz

siguió amarilleando los objetos,

filtrándose por las rendijas del presente,

impactando en macilentos rostros

que peinaban su propia decepción.

Volvió a abrirse la puerta.

Una sobria voz se alzó,

imponiéndose sobre el silencio:

Que pase el siguiente, por favor.


viernes, 25 de junio de 2021

El limbo de Peter

 


Hace tiempo que se detuvo el tiempo

para Peter.

Hace tiempo que Campanilla

selló sus alas a la tierra

y ocultó la luz de sus arterias

para no ser herida por las sombras,

quedando atrapada en una jaula

de cien metros cuadrados

de silencios.

Su voluntad fue devorada

por el óxido de la mediocridad.


La nave de Peter

prosigue su trayectoria circular

sobre un cielo caduco e incoloro.

A sus pies

flotan esqueletos

de extinguidas estrellas,

vestigios indelebles

de un mar denso y salvaje,

hoy ya domesticado.

Nievan cartas a diario

sobre una triste mesa

Vocifera a cada instante

el teléfono;

los documentos oficiales

parecen inquietarse

por el lento tic-tac de las horas

y se atrincheran

en las estanterías.


Peter no se inmuta;

los mira,

sonríe.

Le divierte que sus sobrias palabras

amarilleen al sol

como huesos de muertos

expuestos al polvo

del olvido.


Campanilla despertó del coma

una ardiente mañana de verano,

decidida a roer el infinito...

-Peter,

Campanilla

se fue.

La ebriedad de la aurora

estalló en sus pupilas-.


Él no responde.

Odiosamente sobrio,

prosigue la calculada ruta al penúltimo bar,

camuflados sus miedos en un traje

de humo,

esquivando un día más

con absurda pericia

la empedrada cuesta

de las interrogantes.