viernes, 22 de mayo de 2015

Albar



Dios nevó anoche en mis pestañas;
posó su lengua desnuda
sobre las ramas de Albar.
Alguien me dijo
que los sueños pueden sangrar
criaturas aladas,
que Albar es desde siempre un árbol
cadavérico,
alimentado por un espíritu de metadona;
un clímax de madera
cuando el gusano del Gris agujerea
los bolsillos de la soledad;
que mendiga palabras de napalm
para incendiar bosques impenetrables.
Pero yo vi
su broncíneo rostro sonreírle
a la memoria del tiempo.
Albar abrió su impertérrita savia,
y el semen de la ternura
esparció pájaros de roble
sobre la endeble vagina del cansancio.

¡Ay, Albar!,
quiero creerte, creándote
en el corazón de mis silencios.

¡Que no despierten jamás los cuervos 
del vacío!
Que no despierten
y picoteen sin piedad
tu indómita luz inabarcable. 

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