domingo, 23 de febrero de 2020

Mi latido animal

                     


  Antes de que llegases a mi vida 
era una ludópata del verso.
Maquillaba de rojo-sangre las palabras,
las arrojaba a un  diana de cristal.
Las más osadas nacían contrahechas, 
   con los dientes mellados 
   y la voz de arenisca. 
Las más tímidas acababan ahogadas
  en los charcos de la indecisión.
Algunas (muy pocas)
consiguieron sobrevivir 
a mis vanos intentos
por forjarles un cuerpo estelar
  y dotarlas de alma.

  Convertí cada ausencia 
   en un número primo 
al que apostar en soledad.

A eso me dedicaba 
  los días impares de la semana.
                
Ahora apenas tengo tiempo 
  para el dulce suicidio 
de bucear a tientas 
   en una pálida pantalla.
Devoras mi atención, 
  y los agujeros negros de la huida                      
 se  solapan dulcemente 
mientras te acaricio. 

Ven,
juega conmigo
a perseguir destellos en el agua.
Tal vez el dios de los gatos
premie nuestra constancia.
Entra, sigiloso, a mordisquear
el libro sagrado del silencio
(nunca sabrás, pequeño mío, 
  que este silencio que mece  tu ronroneo 
  no es sino una   máscara
 de ceniza y espejos enfrentados)

  Antes de que llegases,
la rutina me estallaba en los dedos.
El blanco de los hospitales hería mis pupilas
con el brillo doloroso de la muerte.

Nada ha cambiado. 
El mundo sigue siendo una casa de apuestas
donde jugarnos a cara o cruz
la existencia.
Nada ha cambiado,
salvo yo, que ahora apuesto por ti 
cada día, 
salvo yo, que he aprendido de ti
a escuchar mi latido animal.

Gracias por adoptarme,
mi  peluda y rebelde
morfina.