domingo, 23 de agosto de 2015

Océanos


Sólo buscaba abrigar el silencio,
que incubase mi aliento,
hacer del aire una catedral 
sin campanas.
La extensión del destino se cernía ante mí
blanca como la infancia.

Ah, pero las sombras muerden
a los perros del cielo.
Un ángel de grisú se adhiere
a la memoria
enhebrando pozos de negrura;
camina
con manos azules
hasta darnos alcance
y tatuarnos un pájaro petrificado
en la sien
del olvido.

Sólo buscaba compartir mis peces
moribundos bajo el sol
del insomnio,
abrirlos en canal, mostrar sus vísceras.
Alimentar con ellas a las gaviotas del viento.
Pero los peces intentan prolongar su agonía:
aletean en versos oscuros,
respiran en charcos de inquietud,
intuyendo, quizá,
su destino oceánico
bajo la desazón de unos ojos
hambrientos.

















sábado, 8 de agosto de 2015

Pólvora



Una campana
va a despertar al fauno de su siesta,
hiriendo su ceguera,
-su lenta ceguera salvadora-
Ahora la tarde es de un azul proscrito,
palidece la luz,
se abren viejas úlceras sobre la piel
del río...

Pronto
una sangre de bronce emanará del alma
del silencio,
excitando la sed
de la memoria;
a un ceño de su garganta
aflorarán las venas de la infancia,
se agolpará en su corazón un blanco hondo,
un verde-fuego vendrá a sembrar su espada incandescente
en las febriles uñas del estío.

Cada nueve de agosto
nos estalla el confeti de una ilusión ingenua
entre las manos,
el aire vibra al son de las charangas,
el bullicio
doblega el pulso de la ciudad durmiente.

Cada nueve de agosto
alguien riega de pólvora las macetas de Dios.