miércoles, 24 de junio de 2015

Pétalos


Petalo 1º

Se me quiebra el cristal de la infancia
al pensarte
y regreso a la tierra apenas esbozada
en el erial de mi destino,
cuando
los perros me intuían pájaro proscrito
y olisqueaban ya mi numen
improbable.
Desconocía entonces
que había comenzado
la función del declive,
mi vertiginosa
caída
sin red
hacia el mañana.
Yo te ofrezco a destiempo este pétalo roto
de mi voz silenciosa.
Ven, dejo abiertas las esclusas
del tiempo:
enséñame qué sabor tiene la paz;
lluéveme
así,
tan blanco,
como entonces,
como antes
de mi muerte primera.

Pétalo 2º
Nombre de blanda sombra: llamas
sin un prefijo dulce;
tu voz clava sus dardos ebrios
en mi oído.
Hoy clarea el cristal del tiempo
en tu vaso de cíclica noche.
Sabes que al tacto de tu voz
mi sangre hierve y se tensa
a la temperatura
del suplicio.
¡Ay!,
¡Cómo quisiera cerrar la puerta
de la duda con un candado
de palomas en celo!

Pétalo 3º
Tú, mi flor más tierna;
ácida piedra de cruz
en la memoria;
entras, como siempre, sin llamar
por la puerta 
de mi arteria más lenta.
Hoy beso
tu temblor de pupilas,
el silencioso luto de tu voluntad
destartalada;
arranco sus nevadas agujas
y te ofrezco la esperanza inconclusa,
el deseado pétalo de una luna
creciente.

Pétalo 4º
Mi lirio rojo, mi ángel
carnal,
viniste a rescatar a deshora
los caballos de luz
desterrada,
a perfumar un tiempo de sables con tu sombra
radial.
Despoja de plomo el desierto que nombro
y cavo con mis manos de bruma;
expulsa de su vientre a todos mis ángeles oscuros.
Yo te entrego este pétalo de cenizas,
estos dioses de alcanfor,
para que juntos avivemos
las hogueras virtuales
de la Dicha.





viernes, 19 de junio de 2015

Las huellas rojas


Tres años llevo así, mirando un ojo blanco
que me apunta sin verme,
que me muerde los sueños
y devora las uñas de mi sangre recóndita;
tres años
caminando
con el alma curtiéndose en los pies
de mis manos,
buscándome sin tregua,
encontrándome muerta
sin la paz de mis máscaras,
perdiéndome
en un laberinto
de espejos
quebradizos.

El silencio se duele de mis gestos
inútiles.
Responde a mis preguntas de fuego:
“No,
no es tuya esa corona
de ángeles, hermana:
es de un sol extinguido
que luce en los armarios
de la espera.
No es para ti esa estrella
tejida con agujas de luna.
Tuya es
la espuma negra de la noche,
la voz cicatrizante, sus túneles
más puros...
¿Es que no has aprendido nada
en estos tres siglos
de abismo?
Abre en canal tus vísceras, mujer,
extrae de ellas la savia
de tus cruces,
riega con su perfume los campos del orgullo;
que sus tullidas flores alimenten
la indemne pureza de mil miradas
blancas
que acuden a escuchar las heces
de tu canto”.




miércoles, 10 de junio de 2015

Las seis y nadie



Una blancura ácida nos bautiza,
amor mío,
cose la piedra al párpado, los pies
a la insidiosa latencia del asfalto.

Siempre intuiste
mi fe por los abismos;
que la mañana suele abrirme sus brazos
desolados
cuando los grillos inoculan su esperma de metal
en el ojo del día.
Te he dicho
que mi sangre se vuelve amarga y lenta;
que me invade las venas un ángel
gris, y van desintegrándose una a una
las musas de mi lengua.

Así se ata la madrugada a mis manos, amor;
así se mofa de mí 
la nostalgia
y luego,
cuando muere
la séptima penumbra,
destrozo las cortinas del rigor, 
arranco las agujas de un reloj
cadavérico
y levanto bien alta la copa de mi Sombra.
Entonces araño con ganas la conciencia
de un gesto
y rescato
los pedazos de luz desollada:
ciento ochenta continentes a la deriva en mí
que vendrán nuevamente a morder
mi voluntad de perro
al dar las seis y nadie.






jueves, 4 de junio de 2015

El alma de los robles



Parpadea el mundo cuando te pienso,
cuando vendimio un recuerdo
doblegando la tierna consistencia de mis manos,
y ato a la soga
de mi desolación al parduzco corazón de tus ojos
que guarecen el alma de los robles,
a la paz
de tu ángel que me mira sin verme,
a la férrea voluntad de tu signo capaz de domeñar el sopor
del olvido.

Hizo falta abortar la madera del tiempo
subterráneo,
parir sus amapolas con maternal tristeza, masticarlo despacio
y escupir las llanuras del abyecto crepúsculo
de la muerte.
Hizo falta
mirarte desde el fondo de mí, agarrar con el débil hilo
del cansancio
la lengua
del silencio y forzar su lenguaje de madera,
donde fluye la sangre que me falta, donde anida
 la Sombra que alimenta
mi hígado
cuando el pan de la fe no me basta, no basta
para paliar la noche interminable;
es entonces cuando los ojos vuelcan hacia dentro 
su boca,
y como las migas del recuerdo, padre,
y me sacio de tu luz y es de miel el abismo,
y el tortuoso abrazo del olivo que sangro
a cada pálpito
me libera
y te nombra.