Amaneció
súbitamente en
la noche de mis manos
Amaneció
sin mí; sólo mi sombra íntima conmigo,
mi
sombra
estirando
más y más los dedos de mi sangre
hacía
las blancas palomas del vacío.
Una
golondrina trepó hasta la cornisa
de
mi ventana muda;
un
faro lejano iba describiendo
la sangrante trayectoria
de
su círculo enfermizo,
relampagueando
un aura fértil
de
lluvia
sobre
la vocación estéril
de
los verbos amaestrados
por
las tortugas del silencio subterráneo.
Un
espasmo, un cuchillo suicida, una certeza
partiendo
en dos
la
pregunta fantasma...
luego
mi
nombre con vocación de tierra,
despejado
de alas,
cuenco
para la sed de las espigas,
cosecha
de miel para la golondrina
que
eternamente ha de volver;
la
que nunca partió
del
nido de mis vísceras azules.