Cuando te rebelas,
poema,
cuando deshilachas
tus vértebras
y las palabras huyen
raudas
al encuentro
de un mar embravecido
¡Qué inoportuna,
qué maldita
la carne de tu signo!
Mi voluntad
es presa frágil
de la tuya.
Las manos del orgullo
se quiebran
en el vano intento
de parir un cielo
a su medida,
un reino virgen
donde madruguen
las crisálidas,
porque siguen mordiéndome
los ojos
los grillos de tu alma,
porque este corazón
se nutre
de flores no nacidas,
de flores nunca muertas,
y siguen rondando tus lobos
las cercas del olvido.
Cuando subes
desde el túnel del pecho
como un poso
de pureza cautiva,
y se ensanchan tus límites;
cuando te hiere las alas
el plomo del silencio
y violas estos labios
que intentaron
sellar tu latido.
Entonces,
solo entonces,
me reconozco en ti,
porque desatas
conjunciones de luz
sobre la muerte,
y me subo a la grupa
del verbo estremecido,
encadenada al fuego
latente
de tu sombra.
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