miércoles, 9 de abril de 2014

Cauce rojo


















Quién iba a suponer
que la serpiente cordal
cifró su antídoto, 
que bifurcaría
su lengua bífida
en los meandros del destino.

Quién iba a creer
que nos crecieron 
alas enfrentadas
estremeciéndose
bajo una misma arteria. 

Ya secaron las almas
su raíz unigénita,
el oro rojo 
se oxidó con la lluvia
y soldó en su cauce
un ocre arrepentido
donde nievan 
de tarde en tarde
cruzadas de relámpagos.

Y tú y yo
sabemos
que un lazo puede ser 
cuerda y abismo,
y soga de ahorcado
y esqueleto...

Que un mismo crisol 
no garantiza
que  la carne deba soldar
en un latido.


















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