sábado, 5 de abril de 2014

Amanece...



















Despierta:
            ya amanece. 

No caves
tan honda la fosa
del olvido.

La noche aún está lejos,
está lejos la noche.

¿Qué dirás
cuando la Parca pregunte:
¿qué has hecho de la luz?
¿en qué tumba sin nombre 
la enterraste?
¿Podrás, entonces,
retroceder,
arrojarte 
en brazos de la aurora,
desandar lo perdido?

Déjate crecer 
uñas de fe.

Da 
un paso al frente,
uno tan solo:
una mano moliendo 
la muerte;
la otra,  
río arriba, río arriba,
hasta purificarse 
en la corriente de plata
donde ahogan
las piedras  
su tristeza.

No caves 
tan honda la fosa 
del silencio.

Apenas amanece
y un solo iris
puede cosechar
mil sueños y un relámpago
en los telares de la oportunidad.

Pesa tanto 
la vida; 
sus golpes al costado.
Pesa tanto 
el plomo de su sombra,
que la piel del corazón
se resquebraja
al chocar
contra su arisco pavimento.
Sin embargo,
en el alma del río
habitan peces puros
cuya ebriedad de tinta
rescata 
del naufragio,
y sirenas
que hurgan entre el fango
del tiempo
una raíz azul,
un retal de futuro,
un verbo alado o rojo
donde enredar sus trenzas
de fuego o espejismo. 



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