viernes, 3 de abril de 2015

El eclipse



No subas al tiovivo 
en este día
tan proclive a la lluvia:
los caballos han muerto de cansancio 
en su ritual suicida
y ahora se inclinan las aspas del vacío tantos grados
al sur de la dulzura
que la bondad resbala ojos abajo
para morir en charcos de tiniebla.
¿A qué este empeño en bordar el silencio
 de profetas?
Peinaste con tus manos las rosas del crepúsculo
 y todavía se duelen del sol y sus espinas.
Mira el eclipse, niña ciega,
el eclipse que tapó la boca de tu orgullo
con un latido manco y un enigma.
Dices
que brilla el trigo más intenso en la estación radial 
de la que parten trenes blancos hacia el cielo.
Ahora profesas una fe sonámbula
en los castrados ojos de los cíclopes
y te alimentas de planetas tiernos.

Mira al eclipse y escóndete.
No vayas
a parir otra nieve con tu trémula lengua.

Hay un invierno silente que te mira 
y aguarda
más allá de este rincón humeante
donde hoy dios descorchó la primavera.



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