Pregúntate
por qué
deletreas la renuncia;
por qué
golpeas las teclas de este piano
quimérico
con
la parábola de tu signo ensangrentado;
por qué
frecuentas páramos virtuales donde gimen
los
náufragos del amor
de
tarde en tarde
o desgarras con un cuchillo de luz
las
arterias azules del poema.
Pregúntate
si
existe un bosque virgen todavía
donde
la niña
sigue
jugando
con
sus cachorros muertos.
Sí,
la
he visto:
sus
trenzas arrancadas de cuajo
por
la hoz inclemente de los ángeles,
sus
huesos tratando de encajarse en la carne
del
trigo, su lengua salpicada
de
pájaros...
Hueca
es tu voz, de madera tu risa.
No
hay eco a la medida del cielo
para
ti.
No
hay matraz de alquimista
que
convierta en palomas las espinas.
No
busques más espejos en el aire
viciado
del silencio,
tu
voz apátrida es tan sólo
el
agónico rasguño
de
un fantasma.
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