martes, 24 de marzo de 2015
La dama-orquídea
Es la hora proclive a la razón desaliñada,
la hora del te para la sombra que elude la materia fugaz,
la hora de agacharse a contemplar el llanto de los dedos.
Las paredes se contraen al sentir su pie izquierdo
sobre el cuello arrugado
de la noche;
amarillean sin remedio los espejos
cuando la dama-orquídea
va arrojando al vacío sus fragmentados pétalos;
se hace un ovillo negro con la simiente de su desnudez
y se tiende a soñar bajo la luna del aliento fértil,
hasta que los murciélagos de la luz acudan al festín
y devoren
a las moscas azules que cayeron en las grietas profundas
de su alma.
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