domingo, 5 de enero de 2014

Sin la palabra...




 
Qué sería de estas manos
si no les crecieran alas a destiempo;
qué de su rugido ronco,
de su sangre petrificada en las venas
sin la Palabra, señora mía, dueña mía,
sin la palabra que me confiesa
y me traiciona,
muele mi lengua honda
para sobrevivirme muerte a muerte,
y me arranca de sol a sol
un sueño de las vísceras.

Y quién la rescataría del pozo maldito
del olvido,
qué intérprete de luz
podría devolverle
su corona de reina mendicante,
si tú no hubieses edificado
con sus huesos
un templo de latidos,
horneado el pan de sus arterias,
reconstruido piedra a piedra
la noche de los verbos,
la soñadora tinta de su aura.

En quién podría ser Ella
sino en esa mirada 

que abarca 
los espectros del ámbar,
que regenera cada fibra del temblor
y se interroga un día tras otro,
una muerte tras otra,
por los duendes primigenios
que habitan en las cuencas de su alma.

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