Ayer abatí a un pájaro que aleteaba
en la febrícula de Dios
Ayer abatí a un pájaro
-en su pico un nombre
y una espina-
y su cuerpo de luz asesinada
inmoló la clausura de la piedra
que dormitaba a la sombra de su signo.
Y una lluvia de sangre
vistió de pájaro
la carne adusta de la piedra;
y la piedra se conmovió,
lloró un segundo, una hora, un río...
Luego
se tatuó un silencio eterno bajo el pecho.
Sólo el viento sabe... sólo el magma de un eco
anudado
a la inhóspita luna creciente
del vacío
revierten
de noche en noche
el grito animal
a las inanimadas entrañas de la piedra,
y la piedra vuelve a sangrar un credo
y cien preguntas
Y guarda luto por el pájaro perdido.
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