Raíz te nombro,
pálpito,
relámpago;
enredadera del sol
que trepa
por las ojeras del dolor
y enciende
sobre mis muslos
un fósforo de lunas.
Árbol te nombro,
mástil,
palabra de carne que desposa
mis horas detenidas.
Duende del bosque
de mis delirios rojos.
Ángel humano
que me siembras
hongos de luz
entre los huesos;
que expandes
un océano tangible
en las huecas esferas del silencio.
Préstame
la noria de fe de tus pupilas,
el óleo de tu ímpetu,
la tinta ocre de un poema de tierra.
Impregna de flores encendidas
cada instante
que le reza al dios de tus ausencias.
´Qué hermoso blog, Rosa. Es una aventura interesante haber llegado a tu blog.
ResponderEliminarPrecioso este poema...
Un beso
Ana
Ana, muchas gracias por pasar a leer mis versos y dejar tan generosos comentarios. Un abrazo.
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