La hechicera
cruzó el vientre noche
sobre un caballo zurcido de amapolas;
con raíces de vértigo
lidió toros de sombra,
desenvainó una espada de diez lunas
sobre las llagas abiertas del olvido
y engulló de norte a sur la ausencia
con carnívoro llanto.
Impactó
su animal efervescente
sobre las costas azules de tu lengua.
Convirtió en fuego la carne
en sangre
la seca tinta de la Nada.
... Y me crecieron, de pronto,
entre los dedos,
largos,
podridos huesos
de silencio.
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