Quién nos iba a decir que todo era
cuestión
de perspectiva.
de perspectiva.
Desde el ángulo opuesto a mí misma
no lograba encontrar rastro
de tu sombra,
tan solo percibía el
quejido ronco de la desesperación flotando
en el vermouth de los domingos
en el vermouth de los domingos
o tropezaba con los pies de tu orgullo
y caía de bruces al suelo
manchándome las manos
y caía de bruces al suelo
manchándome las manos
de impotencia.
Jugamos a recorrer el mundo en cien
metros cuadrados,
dimos trescientas sesenta y cinco
veces siete vueltas
a la misma mentira
a la misma mentira
hasta que las distancias inflamaron el
profundo oleaje
de la soledad.
Entonces pude verte por primera vez
desnudo sin la cera
del miedo.
del miedo.
Ahora que el animal oscuro apacigua
sus garras
y se tumba en tu pecho,
un halo frío se acerca a susurrarme
palabras de metal,
a desposeernos del árbol arrancado
con esfuerzo
a la infancia.
Quién nos iba a decir, hermano,
que nuestra casa era un nido de barro
al que pudrió la lluvia,
que todo cambia sin saber cuándo ni
cómo,
ni por qué.
Quién nos iba a decir
que todos los esfuerzos, que todos los
suicidios,
caerían al abismo por sí solos;
que el tiempo poda las raíces más
profundas.
Que todo es simplemente cuestión
de perspectiva.
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