¿Qué
haces aquí?
Este aséptico rincón no combina
en
absoluto con tu falda,
ni
con la media sonrisa que compraste
de
saldo
en
las últimas rebajas de febrero.
Es extraño,
tú,
que
te mimetizas a diario
en
una somnolienta blancura,
que
pulcramente ensobras lágrimas
ajenas
y
las archivas en azetas
de
olvido,
es
extraño
que
no hayas sabido digerir
el
hierro de un silencio incómodo
bañado
en suculento caramelo.
Una
mirada torva,
silencios
en los que descarrilan mil trenes
de
asfixiante derrota.
Luego,
una palabra-dardo
brota
muy lentamente de la ronca garganta,
y
con ella los virus del temor se propagan
por
las frías paredes,
metastatizan
en el trémulo cuerpo
que
bruscamente adelanta su sombra.
Y
tú, tratando de abarcar con tu mano
todos
sus precipicios,
comprendes que no hay muro que pueda protegerle
comprendes que no hay muro que pueda protegerle
de
la hoz del destino
( tú, que sueñas todavía con acróbatas de humo
( tú, que sueñas todavía con acróbatas de humo
y
lunas incendiarias;
que
ingenuamente te repites a diario:
no
hay muerte
que
no pueda desgarrarse
con
los dientes de un amanecer,
y
esta frase te calma como un mantra
que
consuela tu frágil esqueleto)
Solo
puede salvarte tu vocación de hormiga,
tu
imperturbable alma de cariátide acostumbrada a sostener
sobre
su cabeza
el
atlas
del
vacío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario