Parpadea el mundo cuando te pienso,
cuando vendimio un recuerdo
doblegando la tierna consistencia de
mis manos,
y ato a la soga
de mi desolación al parduzco corazón
de tus ojos
que guarecen el alma de los robles,
a la paz
de tu ángel que me mira sin verme,
a la férrea voluntad de tu signo
capaz de domeñar el sopor
del olvido.
Hizo falta abortar la madera del
tiempo
subterráneo,
parir sus amapolas con maternal
tristeza, masticarlo despacio
y escupir las llanuras del abyecto
crepúsculo
de la muerte.
Hizo falta
mirarte desde el fondo de mí, agarrar
con el débil hilo
del cansancio
la lengua
del silencio y forzar su lenguaje de
madera,
donde fluye la sangre que me falta,
donde anida
la Sombra que alimenta
mi hígado
cuando el pan de la fe no me basta, no
basta
para paliar la noche interminable;
es entonces cuando los ojos vuelcan
hacia dentro
su boca,
y como las migas del recuerdo, padre,
y me sacio de tu luz y es de miel el
abismo,
y el tortuoso abrazo del olivo que
sangro
a cada pálpito
me libera
y te nombra.
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