Tres años llevo así, mirando un ojo
blanco
que me apunta sin verme,
que me muerde los sueños
y devora las uñas de mi sangre
recóndita;
tres años
caminando
con el alma curtiéndose en los pies
de mis manos,
buscándome sin tregua,
encontrándome muerta
sin la paz de mis máscaras,
perdiéndome
en un laberinto
de espejos
quebradizos.
El silencio se duele de mis gestos
inútiles.
Responde a mis preguntas de fuego:
“No,
no es tuya esa corona
de ángeles, hermana:
es de un sol extinguido
que luce en los armarios
de la espera.
No es para ti esa estrella
tejida con agujas de luna.
Tuya es
la espuma negra de la noche,
la voz cicatrizante, sus túneles
más puros...
¿Es que no has aprendido nada
en estos tres siglos
de abismo?
Abre en canal tus vísceras, mujer,
extrae de ellas la savia
de tus cruces,
riega con su perfume los campos del
orgullo;
que sus tullidas flores alimenten
la indemne pureza de mil miradas
blancas
que acuden a escuchar las heces
de tu canto”.
No tienes que decir por alguien. Te amo, poeta, nosotros lo entendemos. Pienso que eres totalmente libre de recibir un gran beso. Un beso celebra un instante particular, pero, para mi eres beso eterno
ResponderEliminarMil gracias por dejarme tu sensible huella, mi querido amigo.
ResponderEliminarUn beso.
Toda la belleza es tuya,Rosa. Un lujo leerte. ERA
EliminarGracias, querida ERA. Un beso, amiga.
EliminarInquietante, profundo, Rosa, sin duda un gran poema el que nos ofreces.
ResponderEliminarUn abrazo.