Si pudieras mirarme desde tu
infinito
silencio;
si tu alma viajara por el mar de
mis venas
y llegaras a hundirla en las
branquias
de sus peces opacos
y al fin reconocieses mi
rostro
más profundo,
ese que nunca pudo definir tu
azul de niña,
tal vez comprenderías
el agujero negro que nos fue
creciendo en la frente
del cielo.
Verás
que un día amordazamos todas
las palomas,
encerramos la mariposa blanca
en un frasco de azufre
y vinieron las moscas del vacío
a vestir
de luto nuestros salmos.
Si al fin vieras el vaso
medio lleno
de pálpitos;
si hubieras invertido la oración
del silencio,
dado el nombre exacto al color
de las cosas
que sangrando nos miran...
Yo las miro a los ojos, ¿sabes?
he aprendido a quererlas
y ellas acarician mi sombra con
ternura,
me apartan del rostro los
cabellos
blancos por la nostalgia,
y
dejan que fornique
de
fracaso en fracaso
con
algún que otro sueño.
Si estuvieras aquí,
si regresaras del país
del que no se retorna
podrías seguir cavando conmigo
palmo a palmo todos los
inviernos,
ahora
que soy capaz de inventar por él,
por ti,
la
primavera;
ahora
que bautizo de verde
el gris de nuestras lágrimas.
Me gusta mucho, cielo.
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