Cuando el aire sabe a plomo
en las gargantas de los
anochecidos
y el sudor de las flores
asciende en la canícula
del tiempo vapuleado y golpea la
higuera
de las horas vencidas,
de las horas vencidas,
siento cómo relinchan caballos
en el ático,
cómo templa el aire un himno
de alfileres
sobre mi pensamiento.
Y me veo partiendo el pan de las
ausencias,
cavilando tinieblas,
preguntándole al cielo
porqué ha decapitado a todos
nuestros ángeles.
Cuando el veneno que contiene mi
alma
emerge desde un géiser amargo,
y desborda las alcantarillas del
dolor
y las cubre de excrementos de
luz,
y oxida las aceras de la
esperanza,
vuelven los caballos a reventar
mis sesos
sobre esta alfombra salpicada
de inviernos,
salpicada por la sangre
borboteante
de aquellas palabras que jamás
se pronuncian.
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