Lanzó
un barco de humo
a atravesar los ríos
del silencio.
El viento dispersó
su carne etérea.
Espoleó
un caballo verde
sobre llanuras ocres,
oxidadas:
bajo sus pasos
se agostaron
las semillas de luz
que iba tejiendo
lentamente el esqueleto
de la tierra.
Luego
envío un haz de esporas
diminutas
a través de la cuenca
del olvido:
las devoraron
los pájaros del agua.
No se rindió.
Tiñó su voluntad
de suicida espuma
y se arrojó en picado
sobre el sol.
Aléjate
- dijo el silencio-:
y me oculte en sus vísceras.
Di
cien pasos atrás
en la retina,
desnudé la memoria
de tumbas y relámpagos,
desvestí las palabras
de brillantes alhajas.
Tracé un camino blanco
entre las sombras
donde intuir
las huellas de la luz.
Seguí
el rastro de sangre
de mi alma animal,
descubrí
moscas de hiel
zumbando
en llagas ancestrales,
carnavales perpetuos
entre las uñas
de la hipocresía,
el rencor
exhalando
un almizcle impuro
desde los labios de la mediocridad.
Entendí
que toda máscara
es fiel a sus demonios,
que la mentira
suele engalanarse
con suntuosos vestidos
de certeza.
Comprendí
lo absurdo del círculo
sin fin.
Inoculé
en mi mente
el antídoto
que logre regresarme
del opiáceo sabor
de un paraíso
hecho a medida
de la vanidad.
Si aún fuera posible mudarle al tiempo
el rictus de la muerte,
descender
hasta el valle
de la antepenúltima primavera
antes de la hecatombe,
antes del día
que te cerró los párpados
y confirmó la inercia
de las flores
a caer,
a ser vestido de tu cadáver,
a embriagar de olvido
un corazón palpitante de ternura,
ahogado por el incienso
del sacrificio.
Si fuera posible no pensar,
porque pensar es cavar más hondo,
más hondo
la fosa de la noche,
convocar a los fantasmas
que al fin descansan
de esta lucha sin tregua
que es la vida.
Si pudiera
rescatar
el último resquicio de luz,
perpetuarme en sus espejos
insepultos,
ser un poco tú
para creer que,
a medio camino del viacrucis,
la fuente del milagro
puede brotar
a golpe de esperanza.
No tengo excusa.
Me dejé crecer uñas en el alma
y púas en la lengua,
y hasta cuchillos etéreos en las manos.
No tengo excusa.
Arranqué a los gorriones su ternura
con la piedra del resentimiento.
Tatué un dolor
en las entrañas de la herida
y luego me vestí de pretextos,
me embadurné del barro de la razón
para no arrancar la costra
que protege mis sombras infantiles,
para no exponer al viento
un corazón en carne viva.
No tengo excusa,
salvo que mi voz,
a veces,
no es mi voz,
sino la voz de un colibrí de arena
que tiembla bajo su aura diminuta,
revolotea entre flores imposibles
y se oculta de la luz que lo devora
bajo siete llaves de tiniebla.
Creo en la noche
en su ojo lúcido,
luz-guía
con su índice clavándose
en la herida.
Creo en la duda,
en sus aristas álgidas,
en la verdad que respiran
sus pulmones.
En todo aquello
que no puede expresarse
con palabras.
Me asustan
las que no duelen,
las acróbatas suicidas
en los labios,
las hiladas
con terrones de azúcar
y relámpagos
que exorcizan las tinieblas
y luego
huyen
por el desagüe de la nada
o naufragan
en cloacas de vacío
cuando
las verdaderas
se ocultan a los ojos,
o se dejan morir
de fiebre o abandono
sobre la cama prolífica
de un sueño.
Tengo fe
en las palabras
inconclusas,
aquellas que respiran
pureza
en el piélago profundo
del silencio.
En las que nacen austeras,
sin ambages;
en las que caminan de puntillas;
en las que han sido engendradas
en un gesto.
Creo en lo invisible,
en lo innombrado.
Creo,
en la sombra
que se desnuda
de prejuicios
y sangra
un verso de fuego
por sus manos.
¿De qué color es la Amistad?
Dí,
qué tono adquieren sus mejillas
cuando se la expone a la luz?
Sobrevive, cuánto tiempo
sin esa sonrisa maquillada
que un día lejano le pintamos
para no ver sus dientes
pudriéndose
en el abismo de la nada,
sin esos collares de libélula
que adornan un cuello
que nació estrangulado
por tus manos.
¿Dí,
de qué color es la Amistad?
Apuesto
que tras sus esmeraldas
crece invisible el luto;
que jamás existió
sino en las grutas del niño
que no ha muerto,
y un dia despertó
creyendo
haber engendrado
todo un pueblo de campanas
para que no sonara a hueco
el largo largo desierto
del silencio.
Dí,
¿de qué color puede ser
aquello que no podemos sentir
porque no existe?
Desnuda la palabra.
Róbale al verbo
sus excesos.
Fuera esas joyas
que enmascaran el alma;
sus absurdos guardianes
que no custodian
sino el miedo.
Desnuda la palabra.
Déjala así
a secas
la palabra
a secas
ojerosa
sin tacones
ni maquillaje
ni luciérnagas.
Arráncale la música
de cuajo.
Que transparente
su raquítica figura,
sus huesecillos de tinta
que apenas sí sostienen
un triste cuerpo hinchado
de metáforas.
Que mimetice
en espejo,
que hable de ti
por ti,
deja que sangre
que muera
si es preciso.
Resucítala luego:
habrá charcos
de luz
aquí
en el desierto
que te habita
donde pueda abrevar
de noche en noche;
charcos de fe
para repoblar de peces
el olvido.
Deja que llore
que se agite
que te recorra entera
con su lengua.
Si notas que se aleja
descuelga
su teléfono de sombras.
Háblale así,
Sobria
Sola
Desnuda
Lúcida
Transparente
Verdadera.
Venus murió una tarde de domingo
bajo los sauces de las horas lentas,
No hubo duelo, ni lágrimas, ni rosas
ni preguntas,
ni tan siquiera
un lento cortejo de palabras
que acompañaran
su féretro de espuma.
Sólo
se hizo el silencio
rebelde como un grito
al ver abrirse la puerta
del vacío
que modelaba
la espuma ígnea de sus manos.
El forense constató
que tenía violácea
la esperanza,
que el dolor había zurcido
sus gestos a la noche,
que su antigua sonrisa
era una máscara
tatuada entre los labios
por el duende de la decepción
y sus demonios.
Venus
desde hace mil suicidios
es ya carne de abismo.
Un día
se intoxicó de realidad.
Un día,
cansada de sembrar
la sangre
de algún sueño en el viento,
se arrojó a la luz
de la verdad desnuda.
Venus
murió una tarde
de un tiempo sin edad.
Sigo aquí
Mi nombre es Olvido
Y sigo aquí
en una esquina
de la muerte
que amarillea mi rostro
caducado.
Enciende un fósforo
en tu alma,
que puedas olfatear
mi exilio
y sepas
que aún existo
aunque
deambulen fantasmas
tras mis párpados,
que me corono de reinos
moribundos,
que tengo incendiados
los huesos
por preguntas de azufre.
Que aún florecen
ninfas en mi sangre.
Tómame
entre tus manos.
Abre
esta carne
de tinta y pergamino,
desvela toda máscara,
mírate en sus espejos
hasta encontrar al niño
que te deshabitó
cuando llenaste tu alforja
de razones.
Déjame soñarte
otras mil vidas.
Sigo aquí,
en letárgico silencio,
aguardando
que tú me resucites.
No puedes verla.
No has mirado
tras las cortinas del cielo.
No puedes verla,
sentir su escalofrío
ni sanar
sus glándulas de lluvia
que mojan los cristales
del olvido.
Ella te llama
en un idioma incomprensible
para el dogma blando
de tu lengua,
luego
deshace sus trenzas
de dulzura
hasta fundirse
en la noche turbia
de mis venas.
No la conoces.
No has sentido
su peso de eternidad
en mis costillas.
No has visto
un pájaro azul
morir entre sus dedos.
Pronuncias
solo el traje de mi nombre
mientras ella,
la mendiga del agua,
viene a drenar los odres del mundo
que no bebes,
a roer
tiernamente la carne
de mi Voz
hasta dejar solo,
desnudo
su esqueleto.
En el jardín
donde han muerto las rosas
yace el hombre de mármol.
Suele dolerse
a diario
de la lluvia,
roída la piel
por un orín de olvidos.
Suele
ser herido
por la luz,
por las sombras.
Allí reina,
allí rumia
su quejido de llanto.
Lleva cuatro caballos
uncidos a las venas,
cada uno
a un punto cardinal
de su destino,
cada uno
sagrado,
irrenunciable.
No me dejéis morir,
- suplica-
no descuarticéis mi corazón
en el vano intento de ser libres.
Nuestros genes de piedra
son un solo lamento,
un cuerpo solo.
Ligad vuestro destino
a mi suerte
¿no escucháis
la voz del agua,
su promesa?
En el jardín del viento
sueña el mármol
ser hombre.
¡Entra en mi ojo!
soy el Censor
¡Entra en mi ojo!
No temas
mis escudos de acero
son animales lentos
impasibles
esqueletos del miedo
cuya carne
florece
cuando restalla
en Nombre
la caricia o el látigo
de un verbo
¡Entra en mi ojo!
Escucha
el corazón de sus océanos
Una cítara delira sombras
las cultiva
retuerce su lamento
en el iris del luto
insiste
en que camines
por cuerdas espinales
hasta saciar
la sed de espejo
de sus notas
hasta que sangre
amor
el alma pura
de tu sexo
Quiere que inmoles
los cadáveres del trigo
en un nicho de orquídeas
y relámpagos
Mi ceguera es profunda
amor
profunda...
No vislumbro luz
sino a través del vientre
de tu llanto
Ven
En mi ser hay galaxias vírgenes
donde abrevan los ciervos
del Silencio
Yo soy el Silencio
Soy el Ciervo
Afila bien
tus cuchillos de luz
y degüella
de un tajo
el blues oscuro
que envenenó la noche
de mi lengua.
Ven
Acaricia este vientre de música
con tus huellas amargas
Prolonga tu Voz
en mi voz sin edad
Enciende
en este cuerpo dormido
el fuego
dactilar de tu carne
Afila
en el aire una cruz
de raídas espinas
Prometo liberar
por cada duelo del cielo
una lluvia de ángeles
Expón al viento mi llanto
Yo te regalaré
una caricia honda
que pueda ahogar el dolor
y sus cuchillos
Juntos incubaremos
en los pliegues del éter
pájaros
de inconcebible espuma
Ven
Hay un poema escrito para ti
en las aladas cuerdas
de mi lengua
Un poema
dispuesto a florecer
a vaciarse las venas
hasta el orgasmo de su luz extrema
Sentirás
fundirse la noche
en el estribillo doliente
de tus manos
Sabras entonces
que todo suicidio
todo sueño quebrado
puede interpretar
un arco iris.