Duerme un sueño profundo, Naiarel.
No tengas fe
en la aparente dulzura de la noche.
En los oídos del silencio
zumban sin tregua las moscas
de la duda
y por tu piel se filtra la sangre
de mil interrogantes.
Amanece.
Un hombre perfila su destino.
Camina con paso decidido
hacia el precipicio que talló con sus manos.
Sabes, Naiarel,
Hoy
nadie mira a los ojos de nadie.
Las palabras nunca pronunciadas
son ríos sin algas, sin peces ni memoria;
globulos muertos
que desembocan en el mar
de un smarthphone.
Arden las evidencias
en las piras doradas de algún sueño virtual.
Las herejías se enroscan al cuello
de los crédulos.
Hermanos, hermanas,
¿Qué debemos creer
si se prostituyen todas las palabras?
¿No contestáis?...
-La cal de sus sonrisas oculta
las tinieblas-
El tiempo es un espejo deforme,
un vórtice infinito.
Creación y destrucción se funden
en un eterno abrazo.
Todo esto que te digo, Naiarel,
entiérralo
bajo la capa de alquitrán
de tu vientre.
No esperes nada de nosotros.
No preguntes
¿Adónde me lleváis?
¡Calla!
Teje sobre la Nada una hilera de estrellas.
Acuna mis temores.
No desates incendios con tus ojos abiertos.