miércoles, 30 de junio de 2021

Calendria

 


Sonaron campanas de triunfo

en Calendria

una tarde plomiza de agosto.

Las persianas del despacho no lograban

aplacar la furia del verano,

cuando el psiquiatra dio por concluida

la terapia.

Nada más que añadir

a la minuciosa disección mental

llevada a cabo con precisión de cirujano.

Treinta y dos sesiones,

unas cuantos sicofármacos

y centenares de consejos prácticos

deberían bastar

para extirpar el tumor que lastraba

la frágil voluntad de su paciente.

Frente a él

una sombra corpórea,

sentada en una escueta silla de metal

asentía, callada.

Esto es todo, sombra.

Levántate,

camina,

coge tu pesado fardo

y arrójalo al abismo

del olvido.

Las campanas de Calendria

suenan hoy en tu honor.


La agradecida sombra se marchó,

desprendiendo a su paso un aura

de infinita tristeza.

El psiquiatra cerró la puerta

y se lavó enérgicamente las manos.


Los grises muros de la ciudad

agonizaban bajo el sol del mediodía.

Un hombre convertido en sombra

paseaba

entre las solitarias calles de Calendria;

una encogida y descastada sombra

que se dejó caer súbitamente

sobre un sucio portal,

abatida por los buitres

de la soledad.


La insolente luz

siguió amarilleando los objetos,

filtrándose por las rendijas del presente,

impactando en macilentos rostros

que peinaban su propia decepción.

Volvió a abrirse la puerta.

Una sobria voz se alzó,

imponiéndose sobre el silencio:

Que pase el siguiente, por favor.


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