Hace tiempo que se detuvo el tiempo
para Peter.
Hace tiempo que Campanilla
selló sus alas a la tierra
y ocultó la luz de sus arterias
para no ser herida por las sombras,
quedando atrapada en una jaula
de cien metros cuadrados
de silencios.
Su voluntad fue devorada
por el óxido de la mediocridad.
La nave de Peter
prosigue su trayectoria circular
sobre un cielo caduco e incoloro.
A sus pies
flotan esqueletos
de extinguidas estrellas,
vestigios indelebles
de un mar denso y salvaje,
hoy ya domesticado.
Nievan cartas a diario
sobre una triste mesa
Vocifera a cada instante
el teléfono;
los documentos oficiales
parecen inquietarse
por el lento tic-tac de las horas
y se atrincheran
en las estanterías.
Peter no se inmuta;
los mira,
sonríe.
Le divierte que sus sobrias palabras
amarilleen al sol
como huesos de muertos
expuestos al polvo
del olvido.
Campanilla despertó del coma
una ardiente mañana de verano,
decidida a roer el infinito...
-Peter,
Campanilla
se fue.
La ebriedad de la aurora
estalló en sus pupilas-.
Él no responde.
Odiosamente sobrio,
prosigue la calculada ruta al penúltimo bar,
camuflados sus miedos en un traje
de humo,
esquivando un día más
con absurda pericia
la empedrada cuesta
de las interrogantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario