Cada vez que la miro
me interroga
con su pálido silencio.
No le importa el color de mi fatiga
ni si el reloj apunta en ese instante a mi cabeza
con flechas rigurosas.
Presiente que anhelo su mágico tacto,
que logrará reflejar casi toda mi sombra
en sus pupilas espectrales
“Ven...
deletrea en mi cuerpo cada uno de tus sueños,
pisotea este letal vacío
con dedos incendiarios.
Sobre mi piel tatuada de negras avenidas
vibran flamantes signos
que se pliegan a los caprichos
de tu voluntad”.
Y mis manos se dejarán seducir
por su plástico tacto
e irá gestándose, a golpe de palabras,
una extraña criatura.
Todavía no puedo adivinar
la compleja mimesis de sus iris.
Visualizo la luz enredándose en una piel de tinta,
una sombra que escupe silencios
a un espejo blanco...
Morirá de otras muertes, sangrará
en otras venas
y brillará una gloria fugaz
en su frente,
antes de aletargarse para siempre
entre las rocas de esa playa de olvidos
donde acaban naufragando
los poemas.
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