Te hablé de la palabra, Ángel,
de su ambigüedad oceánica,
de las aves espectrales que picotean
su alma quebradiza.
Te dije: - no la temas:
recuéstate en su vientre y
escúchame,
escucha
cómo hierve la espuma
de los verbos,
cómo el temblor se amansa,
y su fétido almíbar embriaga
de delirio
la cordura-.
Pero no quisiste mirar.
No me escuchaste.
-Ella es luz, es pasión – te
repetía-
mientras tú, incrédulo,
reinventabas
el mundo para mí
con tu risa.
La palabra
no sabe mentir , Ángel,
es un niño
que desea echar a andar,
hablarte:
mírame, escucha,
siente...
Sin embargo,
cuando duele la necropsia
del fracaso, o un un eco
del fracaso, o un un eco
marchito
roe la calma
y sangra
el olvido,
en la hora en que seudoprofetas
golpean las compuertas
del abismo
con alados versos y labios
disidentes,
y macilentas sombras
desorbitan la noche,
desorbitan la noche,
yo me aferro a la raíz
de tu silencio blanco,
tu cálido, carnal,
puro,
tangible,
desespinado
silencio.
Hermoso poema, se hace sentir hasta la raíz, un abrazo.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarHermoso poema, se hace sentir hasta la raíz, un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Nancy
EliminarUn abrazo.
Un gran poema, Rosa...
ResponderEliminarFelicitaciones
Un beso grande
Ana
Agradezco tu generosidad, Ana.
EliminarUn abrazo.