No puedo describir cómo pasó,
cómo lentamente se fue llenando el
silencio
de cemento;
creo que sentí primero el crujido,
como si un hueso de ira dislocara de
golpe
la esperanza;
luego cayó una estrella, después
otra,
y la memoria se fue poblando de peces
amarillos.
Entonces, el mar golpeó mi costa:
me sedujo su plateada sien de sierpe,
los azules espectros que su vientre
tejía.
Tú no estabas allí para sentirlo;
si hubieras visto
estrellarse su piel contra las rocas,
comprenderías que hay ángeles que
nacen
de la materia oscura de algún sueño,
duendes
bailando en el filo de la
navaja,
horas en celo que se arrastran sobre
su tumba
líquida...
pero su voz siembra peces abisales
cadáveres de espuma.
El mar ha muerto- dije yo.
El mar no puede morir-respondió el
eco-
tú lo sabes,
siempre fuiste cadáver,
átomo de sal , arena,
olvido,
apenas una sombra
de relámpago.
Súper hermoso amiga, un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Nancy. Un abrazo.
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