Si no fuese por esa música de alondras
que reclama a las hidras de mi
lengua,
hubiese preferido el cero a solas, a
secas,
un cero masticable, con las espinas
justas
para digerir la soledad;
un cero sin aludes de palomas,
sin hebras de campana
picoteando el magma que arde en las
ubres
del silencio
cuando el silencio es una víbora de
fuego
que incendia el mar en paz de la
palabra.
Hubiese sido menos arena, más
piedra, más vacío,
menos lágrima,
si estas uñas carecieran de latidos.
De un extremo a otro de mis sombras
un violín afina su ensangrentado
corazón.
Su música es un collar fósil
para mi frágil cuello de paloma.
De un extremo a otro de mis sombras
un vuelo azul lacera la ira
del relámpago.
La luna nueva instala sus espectros
en el intermitente reloj
de las ausencias.
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