Sírvame un gin tonic, Madame,
s'il vous plait,
algo amargo que apacigüe la sed de mi
alma,
de mi lengua suicida
que hoy tiembla en un idioma de agujas;
que ha sido arrojada, como usted,
de la noria del ayer
al abismo.
Madame,
la noche nos vigila,
es austera:
no permite disfraces,
escondites o pájaros.
Puede oler nuestra ira, escuchar
el chasquido de los huesos del miedo.
Y yo, por más que la miro a los
ojos,
tan negros,
no entiendo este vuelco del cielo;
dobla mi corazón su espinazo
sobre aquello que jamás nombrará,
porque nombrarlo es sembrar el temblor
en las rocas,
agusanar los bolsillos de Dios
para extraer un licor de cenizas.
Y, dígame ¿Está Dios en lo alto?
¿puede verlo?
No importa, vestiremos con rostro apacible este sueño,
le pintaremos de azúcar las mejillas y
pondremos un violín en su boca; en él descansaremos para siempre;
en él descansaré para siempre como tú, como ella.
¡Ah, Madame! cómo olvidar su risa,
su tendencia a ser niña a deshora...
Sírvame algo más fuerte, s'il vous
plait; no me deja dormir la canción que tararea sin descanso su
sombra; el intenso perfume de tu voz tan de siempre, tan de ayer...
tan lejana...
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