Qué tiene la mañana en su garganta;
qué acidez la pronuncia.
De pronto, un sueño se repliega de
azules
y las persianas extienden el grito de
la luz
ensordeciendo la piel de mi nombre.
¿Dónde estás, niña? ¿dónde
duerme tu risa?
ya no puedo sentir
tus manos amarillas.
Apenas una huella de humo persiste
en la memoria
donde pastó el animal
de la infancia.
Mis pies se desperezan, sonámbulos
descabezan la hierba, engullen
el aura gris de la ciudad, su árida
tristeza.
De pronto,
un árbol grita a mi espalda
su letanía de pájaros.
¿Adónde fuiste? ¿adónde...?
El sol inoportuno rasga la noche.
Se baten en duelo halcones de espuma
en el aire.
Y ya no hay más preguntas, no hay
tiempo
para beberse los ríos subterráneos.
Los halcones aguardan
un festín de palomas.
La lúcida mañana ha despejado de
nimbus
el silencio
tiñendo de blanco luto las manos
del destierro.
Muy bien, Rosa. Trabajas un cuaderno muy limpio y claro, como tu poesía. Enhorabuena.
ResponderEliminarSalud.
Muchas gracias, Julio. Es un placer encontrarte aquí, en mi Blog.
ResponderEliminarUn abrazo.
Un gran poema, Rosa:
ResponderEliminarUn placer venir a leerte.
Enhorabuena
Un beso grande
Ana