Buenos días,
Animal-que-me-miras-fijamente,
acribillando las niñas del amanecer con
preguntas
de cal;
Animal, buenos días.
Disculpa que te llame así,
es solo que te presiento al despertar
husmeándome
el alma,
descomponiendo los ojos poliédricos
del día
con tu sombra implacable;
es solo que te imagino aquí,
acurrucado junto a mis pies, al calor
de mis manos,
que se amotinan al oír el zumbido de
las moscas
del deber;
somnoliento y doméstico
a la hora
en que la luz arroja su semen de
esparto
en mi enmohecido cráneo.
Hace tiempo que no hablamos tú y yo;
hace tiempo
que esquivo tu mirada, huyendo tras la
marcha militar
del destino,
y así paso las horas, los días,
Animal,
bailando un vals de paja y obsidiana
con la nada.
Díme, Animal, pregúntate;
¿quién lava más blanco:
la muerte o el olvido?
(si es que la muerte es muerte,
si es que el olvido puede un día
volvernos blancos)
Ellos se han vuelto ausencia: se
fueron, Animal,
ahora son pasto de la tierra, del aire, del silencio;
y yo soy pasto del gusano que habita
en los recuerdos.
Tejo y destejo sombras, tejo y destejo
pájaros, y vuelvo a destejer subjuntivos, y pálpitos;
ato latidos huérfanos a lejanas
auroras.
Ahora quiero vestir las palabras
truncadas,
descifrar cada código, cada fracción
de ayer, cada centímetro cuadrado
de mis interrogantes y descender lentamente los
peldaños
del “por qué”,
del “cuándo”,
del “jamas”...
Disculpa este brusco abordaje,
Animal,
- y disculpa si te llamo Animal,
aunque sé que no existes- ,
es que hace tanto tiempo que no
hablamos tú y yo,
¡tanto tiempo!
Adiós, animal-que-me-miras-fijamente.
Hasta siempre...
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