Ya te dije que París jamás desnudaría
su piel de diosa bajo nuestros
pasos,
que la luz era pólvora improbable
para nosotros,
pobres reos, cubiertos de despojos;
que nos niega el saludo, arrogante,
una galaxia ajena a la desdicha.
Ya te dije que mis pies no comprenden
la linea recta de la vida,
que un cuervo viene cada mañana a
hurgar en la acidez
de mis mejillas
antes de que me desperece el pálpito
metálico del grillo
y me encadene a la siesta del sol.
Ya te lo dije,
soy un islote a la deriva, ningún mar
me reclama,
y sin embargo aquí estás, recogiendo
el cardumen que no engulle
la boca
del tiempo;
preguntas a las algas por mi nombre de
ola,
te responden: no existe,
la pronuncian espinas y dientes de
arena
desde hace tres infancias y veintidós inviernos.
No te vayas, amor,
tu mano es mi destino, mi harén,
un país virgen donde plantar una casa
sin sombras,
una casa flotante sobre un país
perdido en el incierto océano
que llaman Existencia.
Qué maravilloso poema Rosa. Lleno de fuerza y ternura, se apropia del sentimiento y lo sublima. Me ha encantado.
ResponderEliminarBesos amiga
Muchas gracias, querido amigo, por tu huella generosa. Me alegra que te gusten estos versos.
ResponderEliminarBesos.