No llamas.
No resuena tu voz en la esquina opuesta
del bosque silencio.
Han caído sus hojas, todas, han caído
en la batalla muda y asesina del tiempo,
y las piedras nos hablan, nos cuentan
sus ruinas...
las piedras, tan frágiles, se quiebran
tras la lluvia ácida y cobriza de otoño, ya el invierno asoma sus
ojos, vuelve armiño su aura de roca.
Las manos se agrietan, Margot, y no
llamas. Sangran las raíces de un árbol antiguo donde columpiamos la dicha,
Fue ayer
que jugábamos a contar estrellas, fue ayer que inventábamos palomas
y hogueras.
Sangran los espejos un sueño castrado.
Ya es de noche y me arde el silencio en
las manos,
sé que al otro lado me nombras, calladamente me piensas
hermana de sombra, tú tan bella, tan vital, tan radiante, tan
pura...
Es mejor así, morderse las manos para no quebrar el
misterio, morderse la lengua para no mentar lo innombrable.
Esperar
un canto de sirenas, un golpe de luz improbable que borre los
obscenos pasos de la Parca.
¿Oyes?: son las ratas ciegas del temor
que me rondan.
No llames, invierte la música,
invierte el olvido, escoge el licor de la noche, como antes, devora
sus pájaros.
Y mantenme etérea en tu memoria,
siempre,
como yo mantengo viva tu alegría.
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