Hoy no es un día cualquiera, mi Ángel.
Es sábado, y estos pies han abortado
las aceras
que beben a diario mi fatiga.
Es sábado
y estoy aquí, sentada
al borde del abismo,
junto a una taza de café y una buena ración
de interrogantes,
mirando a esta blanca sábana a los ojos.
Aquí lucho,
invirtiendo los silencios de Dios,
apaciguando la voz de las esferas
que tatúan mi nombre
al aullido silente de las piedras.
No, hoy no es un día cualquiera.
Un día cualquiera mutila las
pupilas,
nos esclaviza
a su anatomía de ángeles castrados.
Un día cualquiera
nos visita un sol anémico
y una sombra
trepa por los andamios de mi lengua
hasta arrojar esta voz desde lo alto
al pozo donde dormitan los deseos,
y nuestras manos hablan un idioma
lento y pálido.
Pero hoy reivindico el latido de
nuestros vencidos
huesos,
el fuego de la dopada voz de la
inconsciencia;
incito
a la rebelión
a las aves que mueren
bajo la dictadura del alambre.
Hoy reivindico el temblor de mi
cuerpo
al roce de tus labios,
insto a mis duendes, náufragos del
gris
a palpitar hasta la muerte
en el latido ronco y azul
del mar-poema.
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