Es medianoche
en el país del fauno
-eterna medianoche-
y le duelen las vísceras
de invocar a las hadas de la ceniza
y sangra profecías
cuando trepan fantasmas
por su búnker de arena.
A veces le crecen hebras de relámpago
en las uñas y un pozo blanco en las
pupilas
y sueña... y soñando
araña espejos de destino.
De tarde en tarde, roen tu alma las
ratas
del crepúsculo
y amaneces lejano, revestido de rojos
en el país donde las ninfas tejen
abalorios de fuego ante tu altar;
lejos, desperezas tu alma,
mueles sombras, tratas de abatir
la pared de la muerte...
Todo es ficción, fuego efímero,
un golpearse las llagas
con espinas.
¡Ay, fauno!
deja de arrancarle los dientes
a un sol disecado.
Busca la savia verde que un día
nutrió tus pupilas,
sacúdete las escamas deshechas
por el lodo del tiempo.
Sumérgete
en el alma de la luz.
Anida en sus entrañas.
Faunos, espíritus del bosque, el "Green Man" en el mundo europeo. Soy un panteísta convencido y creo en los elementales de la naturaleza, aunque su mundo pertenece a otro plano, aquel contemplado sólo por los elegidos.
ResponderEliminar"Deja de arrancarle los dientes a un sol disecado" me encanta ese verso, Rosa y tu invitación para anidar en el alma de la luz; la luz verde.
Abrazos,
Cristián.
Creo que es así, de algún modo; que la naturaleza nos siente, nos vive (yo siempre les he hablado a los árboles).
ResponderEliminarGracias por dejarme tus impresiones, Cristián.
Abrazos.
Le hablas a los árboles! Qué delicia, Rosa, eres sin duda alguien especial. Yo tuve una relación muy importante con un árbol del cual extraía su espíritu para componer canciones, una tarde volví al bosque cerca del río, pero lo habían talado, era muy antiguo con raíces enormes y escalaba sobre él (como un niño). Hace unos dos años de su deceso.
ResponderEliminarSoy irremediablemente urbanita, pero cuando me siento agotada, necesito escapar del asfalto, sentir la energía de la naturaleza, formar parte de su hábitat. Su espíritu verde me revitaliza.
ResponderEliminarAbrazos.