Petalo
1º
Se me quiebra el cristal de la infancia
al
pensarte
y
regreso a la tierra apenas esbozada
en el erial de mi destino,
cuando
los
perros me intuían pájaro proscrito
y
olisqueaban ya mi numen
improbable.
Desconocía entonces
que había comenzado
la función del declive,
mi vertiginosa
caída
sin red
hacia
el mañana.
Yo
te ofrezco a destiempo este pétalo roto
de
mi voz silenciosa.
Ven,
dejo abiertas las esclusas
del
tiempo:
enséñame
qué sabor tiene la paz;
lluéveme
así,
tan
blanco,
como
entonces,
como
antes
de
mi muerte primera.
Pétalo
2º
Nombre de blanda sombra: llamas
sin
un prefijo dulce;
tu
voz clava sus dardos ebrios
en
mi oído.
Hoy
clarea el cristal del tiempo
en
tu vaso de cíclica noche.
Sabes
que al tacto de tu voz
mi
sangre hierve y se tensa
a
la temperatura
del
suplicio.
¡Ay!,
¡Cómo
quisiera cerrar la puerta
de
la duda con un candado
de
palomas en celo!
Pétalo
3º
Tú,
mi flor más tierna;
ácida
piedra de cruz
en
la memoria;
entras,
como siempre, sin llamar
por
la puerta
de mi arteria más lenta.
Hoy
beso
tu
temblor de pupilas,
el
silencioso luto de tu voluntad
destartalada;
arranco
sus nevadas agujas
y
te ofrezco la esperanza inconclusa,
el
deseado pétalo de una luna
creciente.
Pétalo
4º
Mi
lirio rojo, mi ángel
carnal,
viniste
a rescatar a deshora
los
caballos de luz
desterrada,
a
perfumar un tiempo de sables con tu sombra
radial.
Despoja
de plomo el desierto que nombro
y
cavo con mis manos de bruma;
expulsa
de su vientre a todos mis ángeles oscuros.
Yo te entrego este pétalo de cenizas,
estos
dioses de alcanfor,
para
que juntos avivemos
las
hogueras virtuales
de
la Dicha.