jueves, 16 de octubre de 2014

El río


    -Sé mi atalaya cuando me golpee la hora décima,
     apacigua a las bestias de mi ojo con guantes de piedad
    -¿No sabes?, han anidado cíclopes sobre el bosque del tiempo
     y su ojo es tu sombra, y es de piedra su llanto.
    -Ven, prometo abrir las vísceras del cielo, beberlo despacio,
     aunque estén podridos sus peces dorados.
    -Cuántas mariposas se prostituyeron en cada latido del sol iniciático,
     cuántas no sangraron o se hicieron lágrima.

El río nos llama con voz amarilla, sabe un mucho a infancia, 
un poco a destino;
sabe un poco a grito; a silencio, un siglo.
Mira, 
esta es la vena que lleva a la arteria que lleva hasta el alma un cirio encendido.
Ella es la vereda que conduce al río.
Vamos a cruzarla descalzos de orgullo; la garganta 
al viento 
y un kilo de olvido sellando los labios.


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