jueves, 23 de octubre de 2014

Azar



Quién puede decir: este traje no me pertenece porque el azar extravió quince otoños en mi puerta; solo he abierto la maleta de un duelo para cerciorarme de que no es mío este sonoro golpe en los recuerdos.
Quince otoños; sí, durante quince otoños ella llamó a la puerta; tal vez fugaces instantes, o siglos; ella llamó a mi puerta y asomaron pezuñas de su lengua de mártir; de su boca, una ceguera inmensa.

Y me enseñó a arrancarle dientes al sol; a multiplicar el esguince de un duelo sobre el viento; a restarle repetidamente a los lunes las alargadas raíces de su sombra.
Trescientassesentaycinco y es de noche, trescientos sesentaycuatro y no amanece... Trescientas sesentayuna: escóndete, niña, escóndete bajo el cadáver de la luna.

Llovió, siguiendo lloviendo; yo practicaba esgrima con mis lágrimas; primero gotas, charcos, apenas barro, nieve... luego un río, dos barcos, un pez, tres caracolas, seis nubes, siete islas, una tripulacion pirata sublevándose, algún tesoro escondido en mis quimeras, una bandera blanca y encendida; doce pájaros bobos anidando en las ramas de mis sueños.

Quién puede decir “mañana” y sentir el cadalso cimbreando sus huesos. No hay lecho de esparto del que no sangren rosas ni un día tan sin alma que no siembre un milígramo de fe sobre sus tumbas. No hay muerte si hay destino; hay destino si hay luz y la luz puede vibrar y ser cometa; no existen mariposas tullidas que no sepan volar sobre el lecho puro de algún verso.




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