No lo sabes:
una espina persigue mi nombre, me
revienta
los ojos cuando canto;
una espina con nombres grabados en la
infancia,
un iris diminuto cuyo vientre
picotean cuervos
y lágrimas.
Una espina y hojas de eterno otoño
y sombras que aceleran su marcha tras
mis huellas.
No lo sabes:
he convocado al cielo y al infierno
a un banquete de ira
para que todo el hueso de la memoria
reviente
su cautiverio y fluya como un rio de
espadas,
como un rio de lava resurgiendo del
pozo
donde se suicidó
lo que callamos.
Y sentaré a la misma mesa a la luz y
a la muerte,
a la docilidad, la rebeldía;
que dancen juntas, que devoren
una a otra sus vísceras.
Barreré con mi lengua los restos de su sangre,
embadurnaré de miel mis aguijones
hasta que broten lámparas del milenario jardín
de la derrota.
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