Hoy creo un poco más en el milagro
de tu cercanía.
Vi resurgir tu rostro recién naciendo del vientre
de un poema,
como si tras la apariencia de la muerte
te hubieras fundido en las palabras,
en aquellas que van engendrándose a fuego lento
desde los hondos pozos de la verdad.
Como si tu cabello de sirena echase raíces
en la piel desnuda de los versos.
Tú siempre aguardabas el relámpago, te entregabas,
te entregas
al fuego de un pálpito vital que mañana mudará de piel
y de promesa,
tienes fe en el éter que se disipa con el viento
de la noche,
apuestas tu corazón a los dados
y ganas siempre, y siempre acabas bailando
con tu desacostumbrada soledad.
Porque la palabra siempre te amó,
como te amamos todos, mi loca hermana,
y ahora, cuando te supe ya perdida
para siempre, me hablas desde el fondo de un silencio
en el que los cuerpos se disipan, desdibujando
mil interrogantes,
y tú les respondes a todos ellos
en un idioma de locuaz eternidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario