jueves, 25 de abril de 2019

El sabor de la lluvia


Nunca quisiste huir: 
la libertad tiene sus riesgos,
y hasta es más cálida la muerte 
si uno asume que su destino inevitable es endulzar
la nada, 
mirarse ciegamente en el espejo
imaginando pájaros ajenos,
saltar de un palo a otro de tu incómoda prisión, 
columpiarse en los alambres
de un destino miserable,
y dejarte seducir de vez en cuando 
por alguna que otra voz
de terciopelo.

Desde el instante en que se incendia la mañana,  
las serpientes anidan en los comederos 
de tu soledad.

Una fiebre desconocida se apodera de tu alma 
de gorrión.

Retas al ruiseñor, bates tus alas
ávidas de viento 
sobre la sombra que te crucifica.

Nunca quisiste huir:
desconoces el sabor de la lluvia
en tu garganta.
Ignoras ¡pobre infeliz!
que  unos cuantos metros, apenas, te separan
de la eternidad.

lunes, 15 de abril de 2019

Resurgimiento

Hoy creo un poco más en el milagro 
de tu cercanía.
Vi resurgir tu rostro recién naciendo del vientre
de un poema,
como si tras la apariencia de la muerte 
te hubieras fundido en las palabras, 
en aquellas que van engendrándose a fuego lento 
desde los hondos pozos de la verdad.
Como si tu cabello de sirena echase raíces 
en la piel desnuda de los versos. 

Tú siempre aguardabas el relámpago, te entregabas, 
te entregas 
al fuego de un pálpito vital que mañana mudará de piel 
y de promesa, 
tienes fe en el éter que se disipa con el  viento 
de la noche,
apuestas tu corazón a los dados
y  ganas siempre, y siempre acabas  bailando
con tu desacostumbrada soledad. 

Porque la palabra siempre te amó, 
como te amamos todos, mi loca hermana, 
y ahora, cuando te supe ya perdida
para siempre, me hablas desde el fondo de un silencio 
en el que los cuerpos se disipan, desdibujando
mil interrogantes, 
y tú les respondes a todos ellos
en un idioma de locuaz eternidad.




domingo, 7 de abril de 2019

Donde los perros se suicidan


Si me quedase un gramo de esperanza, o un mínimo resquicio
de cordura,
o, acaso,  pudiese alimentarme de oxígenos lunares,
 negaría cada una de las muertes 
que rondan los pasillos de mi casa:
muertes que perfuman de sombra los armarios,
muertes que hacen el amor con mis demonios,
muertes que clavan su lengua en mi garganta...

Si mantuviese vivo un hilo de inconsciencia 
y no degustara la ceniza que desprende este silencio mío
cuando tiembla
al masticar la soledad,
podría creer en mí cuando te marchas,
pensar
en la nada como un postre que endulza
los fracasos, las ausencias;
olvidar
que en la orilla opuesta
a tu piel
arde una fría hoguera de certezas,
un vertedero de signos enfrentados
donde arrojan sus babas los mendigos
de luz,
donde, tarde o temprano,  los perros
se suicidan.