¡Despierta,
querida hermana!:
se nos ahogó Venecia.
Sucedió ayer mismo,
siglos antes
de que tú te marcharas
para siempre.
(¿Recuerdas
el año- alud
en que rodamos cuesta abajo
del Adiós?).
Dijiste:
"he muerto, Rose".
No te creí.
Lo supe
el día en que Florencia
amaneció decapitada.
Pude reconocer
el abismo en los posos
del té
que no bebimos.
El hilo rojo que tejiera
la sangre
de nuestra juventud
agrió las rosas rojas
del destino.
Hoy quiero fundar Roma
sin ti (contigo);
beberme París a tu salud;
evitar que Venecia sea devorada
una y mil veces
por el águila
de las interrogantes.
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