El día en que Emelit se quebró
yo estaba sentada frente a él,
bebían mis labios la noche de su
boca,
mientras a plena luz
abortaban los pájaros.
Él, desconociéndose paloma,
me hizo un nido en su vientre,
y yo esparcí entre mis lágrimas
los añicos
de la luz desmembrada.
El día en que Emelit se quebró
subí al tren del abismo,
escupí mi lengua radical
en un andén de olvidos
y exorcicé el veneno que el silencio
posó sobre la copa
de mis labios.
Emelit fue mi país, mi religión,
la candente patria de mis dedos.
La carcoma devora sus últimos
latidos.
Hoy mis cenizas se alojan en la
patria
de sus ojos,
sobre su térreo e incombustible
corazón.
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