Hizo falta un gesto tan solo
y la negrura se nos cayó de las manos,
y la palabra salió de su trinchera
y arrojó su fusil de suicidios.
Tan solo un gesto mío, un gesto tuyo
unidos para un único destierro:
y yo que negaba el alma de las piedras,
y tú, que maldecías la vida, sus
amargas escamas,
tuvimos que arrojar nuestro luto
y vestirnos de río
y dejarnos fluir en el hilo de un gesto
de plata.
“He aquí las venas de mi silencio
míralas, ya no sangran
ahora pregunto por el niño perdido
de tu Nombre”
Y las máscaras dejaron de pegarse a tu
piel, a la mía,
y un latido ciego despertó de su
eterno letargo:
el latido de un animal casi muerto,
casi descuartizado
por las manos doloridas del miedo.
Hizo falta mirarnos a los ojos más
hondo,
más en verde,
más hondo,
hasta hacernos de vidrio.
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