La noche es blanca, Godot,
tú lo dijiste,
es blanca y quiere nevar sobre
nosotros,
pronunciarse,
purificarnos con su trino de nieve.
Yo había muerto cuando lo comprendí,
cuando tatué en mi rostro su vértigo
de acero,
¡oh, qué muerte más pura, Godot,
qué dulce no saberse ciego
y ciegamente coserse a Dios! o a un
relámpago
que pretendió ser Dios y lo expulsaron del paraíso cíclico
porque nació de su muerte prematura.
Así, apenas tiembla de frío
o de ausencia la memoria
Así conseguimos diluir
la negrura en inservibles
tañidos
de campana
hasta convertirnos en pájaro o
estrella.
¡Qué hermoso no saberse ciego, Godot!
Huele a azucena la noche,
dijiste,
y yo te creo,
sigo
pintándole una sonrisa de horizontes
a esta muerte
tan pura,
tan absurda, tan mía...
pero, te ruego, Godot,
haz que comprenda
sin sangrar demasiado
cuánto vacío
es capaz de contener la garganta
del silencio.
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