Tenías
razón:
el
ratón roe las hojas subterráneas del aire
sin
que le tiemble el pulso a la rama del árbol-escudo.
La
Esfinge lo sabía,
sangró
ayer siete mordazas
y
preguntó por sus manos;
no
respondí,
pero
tú
reconociste
al instante
el
arcano color de su noche,
la
paloma tatuada en la ingle del grito primero,
la
glotis de los verbos
que
modulan un incendio
de estrellas.
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