jueves, 29 de agosto de 2013

Ámbar




Tierra,
regrésame al origen,
a la raíz, 
al vientre primigenio
al pálpito blanco,
al verbo encinta
que precedió a la palabra
que sangramos.

Se precipitó el ocaso 
en el reloj temprano de la infancia:
inhalamos una noche prematura.

El tiempo disparó 
sus palomas deformes
en la conciencia,
y, así, crecimos,
tullidos los ojos
por los cuervos de la rectitud,
cavándonos los labios con silencios,
enterrando los significantes.

Nos crecieron uñas en el alma
para tallar la soledad.
Inventamos 
un lenguaje de aire
en los extremos huecos del silencio;
zurcíamos al alba
mil espectros 
en la tela de la desolación.  

Es hora
de lustrar la resina del llanto
petrificado
en las hojas de la noche. 
Bailemos
en la concupiscencia del Aliento,
en las cuerdas del harpa calcinada
ahora,
que todavía 
le crecen alas vírgenes
al tiempo.

Has de creer,
aunque el delirio sea tu carne,
aunque tu madre sea la noche,
y tu verdad,
llama perpetua
en la memoria herida. 

Has de creer,
repito,
abrir los brazos
a la anciana esperanza que crepita
en los dedos de un sueño descastado,
porque sólo sus oxidadas alas
elevarán tu espíritu
por encima de todos los suicidios.


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